Día de la ira, aquel día
en que los siglos se reduzcan a cenizas;
como testigos el rey David y la Sibila.
¡Cuánto terror habrá en el futuro
cuando el juez haya de venir
a juzgar todo estrictamente!
Fragmento de Dies irae, himno latino del siglo XIII atribuido al franciscano Tomás de Celano.
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Tras Memento Mori, Pérez Gellida se embarca en la segunda parte de la trilogía Versos, canciones y trocitos de carne. Dies irae se mantiene fiel a la marca de la casa y se desarrolla extensamente a lo largo de treinta y tres capítulos precedidos de un prólogo firmado por Jon Sistiaga simplemente imprescindible, tampoco faltan en esta segunda entrega los estremecedores poemas que el asesino brinda a un mundo que supone pendiente de su genio, la música que se entreteje llenando en ocasiones lo que el texto no precisa, las frases en latín, los refranes o la utilización de títulos de canciones para los capítulos, en este caso de Vetusta Morla (aunque Bunbury siempre anda cerca).
Pero no es una simple continuación de las atrocidades de Augusto Ledesma, trasladado a Trieste tras las sentimentales huellas de Joyce, y su alter ego el inspector Ramiro Sancho, obsesionado con capturarle, ni se agota en la intrincada historia de Armando Lopategui, «Carapocha», que recorre ahora las calles de Belgrado junto a su hija Erika tratando de zanjar cuentas con un pasado que les impide afrontar el futuro. Es a través de los recuerdos de Carapocha como el autor introduce el otro gran tema de la novela, la cercana, olvidada y quizás nunca suficientemente comprendida Guerra de los Balcanes junto a alguno de sus menos honorables protagonistas, como Ratko Mladi, sin que por ello la historia principal se resienta.
Jugando con los narradores -Augusto ha crecido hasta ganarse el derecho de contarse en primera persona- y los saltos temporales, César Pérez Gellida profundiza en la psicología de los personajes y desvela parte de las relaciones que explican quiénes son y cómo se comportan entre ellos.
El ritmo de la narración se mantiene ágil e incluso se acelera de la mano de una acción que si bien no es trepidante mantiene ese estilo cinematográfico que sorprendía tan gratamente en su primera entrega, con descripciones precisas de un entorno sigue siendo un secundario de lujo y amplios diálogos que dejan poco espacio a la elucubración. La nómina de personajes sufre algunos cambios, desdibujándose aquellos que quedan en Valladolid, cobrando cuerpo los solo esbozados en Memento Mori, como Erica, e incorporando a quienes el viaje nos trae, como la inspectora italiana Gracia Galo.
A pesar de las limitaciones de una novela a mitad de camino entre el principio y el fin, Dies irae supera con creces el riesgo de convertirse en una especie de relleno o una colección de anécdotas, la historia principal crece en ella de modo sustancial y a pesar de que sabes que no esconde la respuesta última, no defrauda en ningún momento.
A mi modesto entender el autor va camino de ser un grande, sin necesidad de ser noruego.