Arrugas ha sido y sigue siendo un cómic muy celebrado. Fue galardonado con el Premio Nacional del Cómic en 2008 y fue llevada al cine en forma de animación en 2011. Nada de lo que yo diga en esta reseña va a sumar algo a lo que ya se ha dicho de él. De hecho creo que soy incapaz de hacerle justicia a esta obra maestra del cómic que tiene, además, firma española. Pero habrá que intentarlo, ¿no es así?
En Arrugas, Paco Roca se lanza de lleno a una piscina complicada. Los temas que se tratan son de esos a los que solemos volver la mirada, temas en los que no queremos pensar: la vejez, la enfermedad, la soledad. Hay otras cuestiones a las que podemos mirar desde la distancia sin inmutarnos porque creemos, acertada o erróneamente, que no van a afectarnos. Sin embargo estos problemas nos afectarán si tenemos suerte, si vivimos lo suficiente. Y aún incluso antes de eso: pueden tener el nombre de un familiar, de un vecino, de un profesor... Es difícil acercarse a estos temas sin falsearlos, bien dulcificándolos, bien exagerándolos hasta el esperpento, pero Paco Roca lo consigue. Encontramos en Arrugas una historia honesta, que emociona por sí misma, sin artificios. Y doy fe de que emociona: mientras repasaba el cómic para escribir esta reseña se me han vuelto a llenar los ojos de lágrimas, como la primera vez. Y la segunda. Y las demás.
El hilo conductor de Arrugas es la historia de Emilio, un antiguo empleado de banca que se ha convertido en una carga demasiado pesada para su ocupado hijo. Emilio empieza a mostrar signos de Alzheimer, lo que hace que su hijo lo interne en una residencia asegurándole que es lo mejor para él. Así, el padre se convierte en hijo, ¡qué vueltas da la vida! Durante su estancia en la residencia, Emilio conoce a todo tipo de personas, cada una de ellas con un pasado que a nadie interesa ya. Miguel, a quien la caradura no se le ha ablandado con la edad. Rosario, en perpetuo viaje en el Orient Express. Dolores y Modesto, que todavía consiguen hacerse sonreír el uno al otro... Y, por supuesto, Emilio siente el miedo que todos han sentido: el terror a acabar en la planta de arriba.
Contra lo que cabría esperar, en Arrugas hay vitalidad. Esta se manifiesta en la legítima rebeldía de aquel que no quiere abdicar de la vida antes de que llegue el momento, de quien se niega a marcharse calladito y sin escándalo. Pero eso no resta ni un poco de drama a la situación de ir desapareciendo poco a poco, de dejar de ser, aún antes de que nos llegue la hora.
Tras cerrar el cómic queda una persistente presión en el corazón porque Arrugas no es solo hermoso, conmovedor y honesto. También es inmisericorde: nos grita a la cara nuestras culpas y nos habla de la injusticia de volver el rostro. Nos enseña que si aquellos que tanto han visto, oído y vivido, aquellos que tanto nos han dado, están perdiendo la memoria a lo mejor necesitan más que nunca que alguien recuerde por y con ellos.
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