"Sobre la eterna noche del pasado se abre la eterna noche del mañana".
Ramón María del Valle-Inclán
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Cuando es la editorial quien pone entre tus manos su obra recién editada, al modo en que una madre entregaría su retoño a la valoración del médico, lo cierto es que se lee de otro modo, aunque el efecto dura poco, sobre todo si la criatura ronda las 500 páginas de peso.
El caso Galenus es la ópera prima de Alberto Curiel, un Ingeniero Superior de Telecomunicaciones especializado en Marketing, que quién sabe cómo ha sacado tiempo para elaborar esta ágil e inquietante novela construida como una matrioska rusa.
Comenzaremos la novela con un prefacio a cargo de Ángel Fuentes, a la sazón el autor de la obra. A continuación, y precedidos siempre de inquietantes citas, pequeños y angustiosos retazos de la estancia de Elisabeth Walker en el Infierno. En paralelo, un omnisciente narrador nos presentará a Isabel Sáez de Tejada, guapa, inteligente y poderosa ejecutiva de Telefónica que oculta un oscuro pasado de alargada sombra. Y algo más adelante, a Fernando Flórez, el Capital del prefacio, contrapunto de la protagonista.
Pero no queda aquí la historia -que tampoco se agota en las aventuras al límite de la legalidad que corren los protagonistas en China, Barcelona, Morella o Lyon-, El caso Galenus no se entendería sin sus personajes secundarios: Elena, que esconde en su propio ser una de las grandes respuestas; Alejandro, el reputado profesional; el joven Pepe; el oscuro Rafael; o el genio Doctor Woo que, además de aportar el toque exótico e internacional, asume el peso de la última pregunta, la que se queda paseando en tu cabeza cuando los ecos de la vida de Isabel y Fernando se han apagado.
Más allá de la acción o de los miedos, deseos y motivaciones de cada uno de los personajes, a los que resulta grato acompañar, El caso Galenus nos interpela como personas y, sobre todo, como miembros de una sociedad escasamente consciente de su entidad.
Alberto Curiel elabora cuidadosamente sus personajes (reservando siempre algo tras el velo que no se descorre, permitiendo al lector imaginar matices y detalles), gestiona la acción con ritmo ágil y describe con gusto y detalle los escenarios en los que transcurre. Su sensibilidad contenida le permite esbozar los paisajes interiores en los que habitan Isabel y Fernando, sin aportar juicios de valor, comportándose casi como un lejano padre que los abandona a las inclemencias de una realidad demasiado dura.
Tan novedoso y elaborado como el comienzo es el final de esta novela, con su conclusión, notas sobre la investigación, anexos y epílogo. Paso a paso, cada muñeca encaja en la anterior sólidamente, dejando en las manos del lector la duda, la inquietud e incluso el miedo.
(No me resisto a una pequeña crítica, quizás achacable al hecho de ser una primera novela). Aunque la lectura fluye sencilla, no resulta complicado imaginar al autor, a Alberto Curiel, puliendo y repuliendo escenas, perdiendo de este modo parte de frescura y de pasión.
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