Con esta ramplona y desabrida frase se embarca Luis García Montero en una novela que recorre tres generaciones, los recuerdos sepia de los abuelos, la aventura vital del padre al que se quiere mantener en silencio y el comienzo de la vida del despechado joven.
Acostumbrada a sus reflexiones sinceras y valientes en la prensa (habitual de Hora 25, por ejemplo), o la hondura profunda de sus poemas (nadie como él para cantar el amor pegado al asfalto que sin embargo se eleva, en apenas un instante, a lo más alto), la prosa de Luis García Montero me ha sorprendido gratamente, sin negar la curiosidad cotilla de descubrir apenas embozada a mi escritora favorita en el personaje de Lola.
En más de cuatrocientas páginas asistimos al intento de un hombre de anclar su vida en la cambiante historia, de explicarse a sí mismo, a falta de un hijo que se siente a escucharlo, quien es y porqué su rostro luce éstas y no otras cicatrices.
Es una nueva historia sobre el pasado, y eso en España, inevitablemente significa que es una historia sobre la guerra y la posguerra, pero no se queda ahí, en este caso los personajes siguen caminando, desfilan ante sus ojos las locas esperanzas de la transición, con sus negros silencios y sus estrepitosos fracasos, los primeros años de la democracia, la burbuja económica, la inmigración, la crisis y el oscuro mañana que se presenta a los jóvenes, quizás sobrados de libertades que no saben a nada hoy.
Un padre, un hombre que trata de contarse, que disecciona su pasado, tanto el público, político y profesional, como el más íntimo, desde aquel niño de pantalones cortos, el joven alocado románticamente comprometido, el estudioso, el amante, el padre cobarde, el discípulo, hasta el futuro abuelo preocupado por futuro que se presenta peor que el pasado. Un protagonista que encauza a otros, mujeres poderosas y héroes que no lo fueron.
Sentimental, pesarosa y apenas ilusionante, esta crónica de quienes fuimos pretende explicar quienes seremos, si aprendemos de nuestros errores.
Algunas frases entresacadas que se han quedado conmigo, quizás os animen a comenzarlo:
Envejecer bien significa asumir errores y esperar que los hijos no tropiecen en la misma acera, en la misma piedra.
Al cantar y exhibir mi entusiasmo político, sólo estaba cantándome a mi mismo, sólo me entusiasmaba por mí mismo.
Eso de la sinceridad absoluta era uno de los mitos que más daño podían hacer a una pareja, una trampa para adolescentes o descerebrados.
Un objetivo que necesita de medios injustos no es un objetivo justo.
Todo hombre es al mismo tiempo un recuerdo y una profecía.
La desesperación es cosa de los que no estáis jubilados, de los que todavía os creéis con posibilidad de intervenir en el mundo.
La renuncia es un lujo que sólo puede asumirse en los buenos tiempos.
Todo acaba reducido a la imposibilidad de amparo.
Después me acostumbré a odiar el final de los cuentos y me refugié en el principio de las historias.
Sin motivos para la nostalgia, sin razones para el optimismo pero con ganas de vivir.
Editorial Planeta, 464 páginas. 20€ en papel, 13,99€ en formato ebook
Publicado por
Pilar
Vaquero