El mapa y el territorio, de Michel Houellebecq


He escuchado de todo acerca de este libro. Unos dicen que es lo mejor que ha escrito, otros, que es demasiado diferente y que ha perdido su esencia. A mí, personalmente, Houellebecq siempre me ha encantado. No sólo como novelista, sino también como personaje, articulista y pensador. Pero es verdad que, tanto Lanzarote, como La posibilidad de una isla me decepcionaron mucho y perdí el interés por sus libros. En mi opinión, se había desorientado un poco en su papel de niño terrible y autor atormentado de la literatura francesa y había empezado a abusar de esa condición.

Aún así, cuando me enteré (tarde) de que había vuelto a publicar una novela, sentí curiosidad. Al fin y al cabo, habían pasado cinco años desde la anterior -es decir, que cabía la posibilidad de que hubiese roto aquel mal bucle- y, además, había ganado el Goncourt.

Desde el principio, la historia me produjo sentimientos encontrados. Houellebecq empieza con algo tan banal como un calentador de agua estropeado en el estudio de un artista y, a partir de ahí, nos introduce en la vida de este, explicándonos su fulminante carrera de manera aséptica y desapasionada, tal como él mismo la ve. Jed Martin, el artista en cuestión, es un hombre obsesivo pero calmado, solitario pero sociable, consciente pero despegado. Algo así como el ideal de gran artista, trabajador y nada pretencioso. Resulta extravagante por su excesiva humildad y porque le resbala todo lo que no sea su trabajo.

La novela en sí se divide en tres partes. En la primera, Jed Martin se concentra en varios proyectos que le convierten, un poco por casualidad, en un artista cotizado, se enamora (a su manera) y tiene una vida más o menos normal, aunque pasa por ella un poco como de puntillas. En la segunda, el giro que da Houellebecq es espectacular, introduciéndose él mismo en la historia, que se convierte, de pronto, en una novela negra, y relegando a su artista a un papel casi secundario. Se ha dicho que esta segunda parte no tenía ningún sentido, que introducirse a sí mismo como personaje era presuntuoso y que no venía a cuento. Es verdad que cuando llegas a ella choca, parece que empieces otro libro diferente, pero la trama es buena y, al final, no desentona tanto como parece. La tercera y última parte vuelve a centrarse en Jed Martin, ahora más maduro y concentrado por completo en su obra definitiva.

No puedo decir más sin revelar la trama por completo, así que lo dejo aquí y os animo a leerlo. No es el Houellebecq de sus últimos libros -por ejemplo, no hay sexo ni miserias mugrientas- pero, definitivamente, es Houellebecq en estado puro. Más maduro, más autocrítico, más sereno y más seguro. A mí, desde luego, me ha encantado y creo que el Goncourt se lo tenía más que merecido.

Publicado por Fátima Casaseca   


4 comentarios:

  1. Sí fue un Houellebecq distinto para mí que lo sigo como incondicional desde siempre, pero es cierto que sigue siendo bueno. Este hombre escribe distinto te guste o no. Y siempre es recomendable.

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  2. A mí me costó mucho terminar este libro y eso que soy seguidora de Houellebecq. Creo que se le va demasiado la pinza, aunque el golpe de introducirse como personaje en el libro, es maestro.

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  3. Mamá Española en Alemania17 de mayo de 2014, 15:42

    ¡Hola! S. sí, es muy diferente pero al mismo tiempo es muy él... :)
    Inma, a mí me pareció que el ritmo era muchísimo más lento que en sus otros libros, se tira horas describiendo objetos o procesos y hay poca "acción"... Peor sí, el golpe de introducirse él y cómo se introduce es increíble... :)

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  4. A mi ya me perdomareis pero tanta "mugre" me venía matando, y este me ha parecido "enorme". No se trata de un autor convencional y en esta novela sigue dando pasos más allá de lo que se espera de él.

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