Mark Oliver Everett es el vocalista y compositor del grupo The Eels. Y Cosas que los nietos deberían saber es su biografía. Contada en una primera persona más directa de lo habitual, con una descarnadura digna de la confidencialidad del más íntimo de los amigos, el autor nos va recorriendo su vida en un estricto orden cronológico, desde el final de su infancia y comienzos de adolescencia, hasta el momento actual, donde lidera una exitosa banda indie/rock de permanente gira mundial.
Y hago hincapié en la descarnadura de su relato porque, pese a saber de la reconocida posición musical del autor y el momento en el que escribe la obra, la atmósfera con la que recrea su vida y todos los avatares que la rodearon es tal, que uno se siente tentado a pensar que el éxito no le llegaría nunca, o que algo terriblemente fatídico enturbiaría, aún más, su penoso camino como músico. Pero, a decir verdad, desde el comienzo, el libro deja caer su peso en las historias de la familia Everett y en los intentos de amoríos del propio autor, narrado todo en el escenario de esa América de principios de los 80, con el calor de los ocasos de verano en Virginia, los descapotables y los porches de las casas esperando, como una pintura de Hopper, que la música suene y la chica dé el primer paso.
No en vano el eje sobre el que gira su obra y, por tanto, su vida, son las mujeres. Desde el comienzo, el autor va analizando cada tipo de relación que ha tenido y cómo cada mujer ha ido marcando su vida, reconociendo que rara vez se fijó en la acertada. Además, su hermana Liz, con una vida trágica, y su madre, protagonista, por desgracia, de uno de los mejores capítulos del libro, son los puntos de referencia de cada hecho de su vida y, posteriormente, de su música. La relación de la hermana mayor con las drogas; el padre, eminencia en física cuántica, pero figura ausente en la vida de sus hijos y su mujer, hacen que la trayectoria del autor aún sea más digna de admiración, puesto que la dureza emocional que se le ha exigido desde pequeño, fue fraguando en una sublimación artística a la que no abandonó la constancia. Llamando a todas las puertas; presentando grabaciones que pasaban por ser maquetas de estudio; dejando en cada letra el dolor de una vida que nunca alcanzaba a comprender, Everett fue capaz de ir dando los pasos necesarios para lograr el éxito que a día de hoy disfruta. Pero quizá, lo más llamativo de esta historia, es que si bien la música parece ser el esperado colofón de la historia, no resta en ningún momento protagonismo a lo que el autor verdaderamente quiere contar; a saber, la historia de su familia. La historia de él mismo a través de su familia.
Y es a ella a quien se dirige el final de esta obra. Y el principio, claro. A unos hipotéticos nietos que se pregunten por la causa de todo. Porque, al más puro estilo freudiano, Everett nunca se redime del todo de sus antecedentes y su arte es, una vez más, un tributo a sus orígenes y un canto, desde éstos, hacia el futuro.
Con sinceridad, con estilo y con muy buena música. Así se lee este libro que recomiendo a los amantes de una lectura directa, comprometida y viva.
Yo tengo un serio problema con tus reseñas, Charo. Y es que están tan bien escritas, que me creas la necesidad de leer tus recomendaciones, y no me da la vida para leer lo tuyo y lo mío. Así que estoy metido en un erial. :P
ResponderEliminarAy, Fran. Qué vida más dura. A ver si alguien más se inspira y me contrata de asesor literario o cualquier cosilla de ésas. Además, no olvidemos una cosa: es que los libros que reseño son así de buenos. Yo sólo lo cuento :)
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