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Todo lo que una tarde murió con las bicicletas, de Llucia Ramis


Todo lo que una tarde murió con las bicicletas habla, como su nombre sugiere, de veranos y vida; de reencuentros familiares y perspectivas adultas sobre el modo en que nos hemos contado el mundo hasta ahora.

Pese a que la autora, Llucia Ramis, advierte que no es un libro autobiográfico, cada página destila ese contarse desde dentro; ese ir arrastrando cada anécdota desde un fondo vuelto al exterior que busca redimir en cada gesto. 

La protagonista de esta historia regresa a casa de sus padres, con 35 años, después de quedarse sin trabajo. Sin perspectivas de mejora inminente, sin pareja y bajo el desengaño de saber que no era el futuro la línea recta que se le había prometido, comienza a analizar, bajo su óptica adulta, lo que ha sido el bagaje de su familia y cómo ella ha encajado en ese conjunto de vida. Bajo la tutela de un parentesco peculiar –incluidos unos abuelos belgas, con el cambio cultural que eso implica-, Ramis va recordando cómo se fueron fraguando los recuerdos de cada uno de ellos. Es muy curioso ver cómo la intuición de niña, o de adolescente, supo dar cuenta de la realidad de cada situación, y cómo esa descripción infantil es la misma que sirve al lector ahora para captar la totalidad de lo descrito. Especial atención merece el encuentro con un antiguo novio de la madre, o el capítulo dedicado al abuelo, en una mañana los dos solos en la casa. Tal y como se señala en el prólogo a la obra, digna de Amor, de Haneke. 

El texto está plagado de comparaciones que, a nivel literario, consiguen hacerse muy vivas y dan al relato la frescura de saber que, pese a no formar parte de esa familia, cualquiera podría entender lo que en ella se vive y hacerlo propio –la referencia a las bicicletas en la primera página ya es ejemplo de ello; o la comparativa entre Mitford y Bridget Jones-. No hay un intento de aclarar cuentas con el pasado, pero sí parecen cerrarse etapas al poner por escrito lo que una vez pasase. Aclarar el pasado desde el presente, para saber qué lugar ocupa cada uno de los personajes, y cerrar la historia como tantas veces todos lo hemos hecho; con un aperitivo en una terraza, con unos cacahuetes; con una risa que se encuentra que los veranos siguen vivos y aún por sacudir.

Publicado por Charo Bejarano   

Un matrimonio feliz, de Rafael Yglesias


Cuando Sara me regaló Un matrimonio feliz un mes antes de mi boda, con la dedicatoria "a veces pasa que encuentras un libro con el título y la historia perfecta", no pude sentirme más emocionada. Justo la lectura recomendada para acrecentar el sentimiento de felicidad prenupcial. Pero no. Lo que esta obra nos muestra no encaja en el clásico happy end.

Rafael Yglesias nos propone una historia sangrante, alternando el transcurso temporal –capítulos que se desarrollan en el presente, capítulos que vuelven al pasado- con un final que, sabemos de antemano, no es feliz. Enrique está casado con Margaret, y ambos tienen dos hijos y una muy acomodada vida en Nueva York. Pero a ella le han detectado un cáncer y ya se encuentra en fase terminal. Después de varios años sometiéndose a duras intervenciones y tratamientos, Margaret decide, apelando a su dignidad, dejarse morir, no alargar más un periodo de decadencia física que implica a todos los que están a su alrededor. Entonces, en las dos semanas escasas de vida que le pronostican, empieza a preparar su despedida, con la ayuda de familiares y amigos.

Desde el comienzo los personajes muestran toda su grandeza y todas sus miserias con una naturalidad que nos hace pensar que el autor habla en primera persona, que el resignado Enrique es el mismo Yglesias, y que la penosa historia que nos narra no ha sido fruto de su imaginación. Con una literatura sin pretensiones, directa, bien ordenada, el autor plasma de una manera sencilla –y ahí reside su grandeza- todos los estadios y emociones por las que el enfermo pasa, y también todo aquello a lo que los familiares han de enfrentarse. Pero no hay lugar para la lástima, ni para el sensibleo hiriente muy propio de este tipo de historias. A base de estilos directos, Yglesias consigue engrandecer cada estadio de cada uno de los personajes, y en esa desnudez de la necesidad, es donde la dignidad de todos ellos y sus cuitas van saliendo a la luz, sin adornos, sin pretensiones de catarsis. 

Lo que en un principio de la novela es el uso del flash back para indicarnos cómo comienza este encuentro amoroso, en qué momento Enrique queda absolutamente prendado de Margaret, en el clásico amor a primera vista, se va convirtiendo luego en la necesaria narración para entender cómo ha sido el transcurso de este matrimonio desde aquella primera cita, hasta este triste momento en que se encuentran. Y en ese tiempo asistimos a un noviazgo inicial, plagado de ansias por la distancia que Margaret parece presentar siempre con Enrique, para ir dando paso a un matrimonio que, desde la llegada de los hijos, empieza a entrar en una distancia y un desapego mutuo, intercalado de años de puesta a prueba, de márgenes para la rectificación. Y es aquí donde más dura se hace la historia. Pese a que el grueso de la obra resida en la terrible enfermedad que ella padece, es en esta parte donde los personajes se muestran absolutamente desnudos, carentes de empatía con el otro, mostrando sus verdaderas costuras. Y gracias a esta parte también, es por lo que luego puede vertebrarse la despedida de ella tal y como se hace. Se entiende el dolor de su marido, pero sobre todo, se entiende el amor que se profesan, porque ya hace mucho tiempo que aprendieron a elegirse. Es entonces cuando el matrimonio propiamente se podría denominar feliz, porque es el resultado práctico perfecto de la unión libre entre dos personas, sólo por el amor a compartirse.

Como puede comprobarse, por tanto, no participa este libro de la literatura rosa en el sentido más clásico. Pero sí merece la pena dejarse llevar por él, porque hay algo que parece despejarse después de su lectura; aunque sólo sea la desnudez de nuestras limitaciones.

Publicado por Charo Bejarano