Todo lo que una tarde murió con las bicicletas habla, como su nombre sugiere, de veranos y vida; de reencuentros familiares y perspectivas adultas sobre el modo en que nos hemos contado el mundo hasta ahora.
Pese a que la autora, Llucia Ramis, advierte que no es un libro autobiográfico, cada página destila ese contarse desde dentro; ese ir arrastrando cada anécdota desde un fondo vuelto al exterior que busca redimir en cada gesto.
La protagonista de esta historia regresa a casa de sus padres, con 35 años, después de quedarse sin trabajo. Sin perspectivas de mejora inminente, sin pareja y bajo el desengaño de saber que no era el futuro la línea recta que se le había prometido, comienza a analizar, bajo su óptica adulta, lo que ha sido el bagaje de su familia y cómo ella ha encajado en ese conjunto de vida. Bajo la tutela de un parentesco peculiar –incluidos unos abuelos belgas, con el cambio cultural que eso implica-, Ramis va recordando cómo se fueron fraguando los recuerdos de cada uno de ellos. Es muy curioso ver cómo la intuición de niña, o de adolescente, supo dar cuenta de la realidad de cada situación, y cómo esa descripción infantil es la misma que sirve al lector ahora para captar la totalidad de lo descrito. Especial atención merece el encuentro con un antiguo novio de la madre, o el capítulo dedicado al abuelo, en una mañana los dos solos en la casa. Tal y como se señala en el prólogo a la obra, digna de Amor, de Haneke.
El texto está plagado de comparaciones que, a nivel literario, consiguen hacerse muy vivas y dan al relato la frescura de saber que, pese a no formar parte de esa familia, cualquiera podría entender lo que en ella se vive y hacerlo propio –la referencia a las bicicletas en la primera página ya es ejemplo de ello; o la comparativa entre Mitford y Bridget Jones-. No hay un intento de aclarar cuentas con el pasado, pero sí parecen cerrarse etapas al poner por escrito lo que una vez pasase. Aclarar el pasado desde el presente, para saber qué lugar ocupa cada uno de los personajes, y cerrar la historia como tantas veces todos lo hemos hecho; con un aperitivo en una terraza, con unos cacahuetes; con una risa que se encuentra que los veranos siguen vivos y aún por sacudir.