Manet. El primero de los modernos, de Gilles Néret


"Buscad la luz intensa y la sombra profunda, el resto vendrá de forma natural, suele ser una nimiedad."

-Edouard Manet

Con este lema en la solapa de la portada comienza la biografía de Manet escrita por Gilles Néret para la editorial Taschen en el año 2006. Esta edición se mantiene invariable en el catálogo de la editorial desde esa fecha, por lo que no es difícil adquirirla.

El francés Néret es historiador del Arte dedicado en cuerpo y alma a los autores del Impresionismo, lo que le ha llevado a colaborar con la misma editorial en más proyectos biográficos de otros grandes de la modernidad impresionista (Monet o Renoir). Por tanto estamos ante un proyecto serio basado en el estudio de las obras del autor junto con las notas biográficas necesarias en un proyecto de estas características.

La obra aparece dividida en 5 capítulos que repasan la vida de E. Manet a través de su obra, y un anexo biográfico, cronológico y pormenorizado del pintor parisino. Creo que la edición es un acierto desde el principio, porque el formato es reducido (algo más grande que un A5) y cómodo para llevar en la bolsa o en la mano, hasta el final, porque la calidad del papel y de impresión del catálogo de obras que contiene hace de este libro casi un fetiche. Estos detalles son agradables en comparación con otras obras de Taschen que parecen ideadas para morir en un atril sin ser abierto nunca, o apilados en la estantería como elemento decorativo por su excesivo volumen y peso.

...

Imagino que G. Néret quiso ir más allá de una simple sucesión cronológica de la vida de Manet para ofrecer a los lectores un relato uniformado, con sentido, a través de sus obras, una simbiosis de cómo la vida del artista crece igual que su pintura. Que la evolución vital va unida a la artística y es imposible desunirlas. Y a mi juicio ha acertado de pleno. Por eso la galería de imágenes anterior es tan necesaria en una reseña de estas características: no puedo entender hablar de un autor sin ver sus obras.

Un lobo en la majada española es el título del primer capítulo. Premonitorio a todas luces de lo que fue el primer periodo de Manet, muy influenciado por Velázquez y el barroco español que le llevó a ejecutar obras de toreros, majas y majos, gitanas y folclóricas con sin par maestría. Una corriente hispanista que le unía a sus primeros años de aprendizaje academicista del que pronto se separó para volar libre hacia la modernidad.

Música en las Tullerías (1862) se adelanta a obras de Renoir con una pincelada suelta, de momento ligera, sin mucha pasta, en el que el color delimita el espacio, sin líneas negras, a base de lametones, manchas de color que se mezclan en nuestra retina. Esto es la modernidad y esto es lo que hizo que Manet fuera rechazado por la Academia, donde siempre quiso estar. Y se empeñó en ello pero sin ceder un ápice a su personalidad.

Néret nos va descubriendo cómo el pintor siguió un camino marcado por la negación y la crítica ácida de los especialistas del arte de la época, que buscaban obras más ligadas al barroco y rococó. Escándalo y triunfo de la modernidad es el capítulo en el que Néret nos habla de los años más duros para el artísta. De cómo esa "mala prensa" de Manet solo creció tras la aparición de Olympia (1863), una obra moderna, atrevida e irreverente. La representación de su amante (y prostituta) V. Meurent, como una señora, asistida por su criada, suponía una autentica provocación. Lo mismo que introducir un desnudo (también de Meurent, entonces su musa) en el Almuerzo Campestre, otra de sus grandes obras, iconos de la Historia del Arte.

Aquel atrevimiento, aquella forma de entender la pintura, nos cuenta Néret, le llevó a un ostracismo en el que se mantenía a duras penas, gracias a los escasos apoyos que de entre los intelectuales parisinos tuvo. Entre ellos Baudelaire o Émile Zola, que redactó, éste último, un alegato a favor de Manet y su Olympia y en respuesta a ello Manet lo retrató incluyendo elementos que eran la unión entre ambos artistas.

Estaba claro que no pasaba desapercibido para nadie, que Olympia, Almuerzo Campestre y El Pífano estaban dejando una huella en la sociedad parisina y en la intelectualidad francesa difícil de obviar. Él siempre quiso ser reconocido por la Academia, exponer en el "Salón" de los grandes del momento, pero siempre tuvo que conformarse con exponer en el "Salón de los excluidos". No se entendían cuadros tan modernos como Carreras en Longchamp porque no se miraban con los ojos adecuados. Esa pintura frenética, de trazos cortos y apenas prefigurados embelesó a otros, a los que se fijaban en las nuevas técnicas fotográficas, a los que buscaban las mezclas de "blanco sobre blanco", esos que pintaban "a plein air" y que empezaron a calificarlos despectivamente como "impresionistas", pero que son padres del arte moderno.

Padrino de "la banda de Monet" es el relato según de Néret de cómo Manet se convirtió en la inspiración de los impresionistas a su pesar, para después acogerse a la tendencia, aprender de ella y superarla al final de su vida. Manet cambió de musa, B. Morisot le ofreció al pintor la posibilidad de captar un rostro enigmático, que nunca pintó sonriendo, siempre pensativa, con esos ojos  tan grandes y expresivos que nos muestra en El Balcón. Morisot fue para él como Meurent lo fue en su anterior época. La expresividad casi hierática de Morisot la acercó al concepto de "mujer fatal" en El reposo, algo que nunca disgustó a la modelo y nueva amante de Manet. La crítica seguía ahí, mordaz e incisiva, peligrando la cotización y venta de cuadros del artista, aunque le concedió un respiro con La buena caña en el que veían a Vermeer y Frans Hals y le permitió tener incluso una mención honorífica en el Salón de 1873.

Y después de ese respiro, Manet continuó recto por la senda que él mismo había marcado. Las golondrinas, una escena de su propia familia en el campo retoma el pulso de su propia pintura, de su sello personal. Una "marca" que empezó a mezclarse con los impresionistas, "sus hijos". Como declaración de guerra al Salón, plasmó en Argenteuil todos los conceptos básicos del Impresionismo, aunque los más reacios a la modernidad sólo vieron una gran mancha azul, sin ver la luminosidad de la pintura al aire libre. El agua había entrado en la paleta de Manet de lleno, por eso El Gran Canal de Venecia cobra más sentido como pintura naturalista donde los reflejos dorados de los palos de amarre de las góndolas resaltan incluso más que la cúpula de Santa María de la Salute al fondo.

Más grande de lo que pensábamos es cómo define G. Néret a los últimos años de Manet. Méry Laurent, personificación de las tertulias y cafés de escritores, artistas, músicos... de París, es ahora la musa de Manet. La ciruela o Mujer en la bañera son obras de corte naturalista, de lo cotidiano, en el que se aprecian todo el bagaje del pintor. En esta última etapa de su vida, cuando ya es casi una eminencia, respetado por todos, incluso sus más críticos, Manet tiene tiempo de deslumbrarnos con Un bar del Folies-Bergère. Un espectáculo de luces y sombras en el que nada es lo que parece. Un reflejo de la sociedad que él había vivido y que sólo guardaba en su memoria postrado en Rueil (Casa en Rueil) esperando lentamente el ocaso de sus días.

Quizá me he excedido con tanto texto. Quizá se note que me gusta demasiado el Arte. Pero me ha salido hacer esta reseña como si de un ensayo se tratara, aunque no he perdido la perspectiva de que estoy hablando de la obra de Néret. Pero Manet es intemporal y se merece hablar de él así y más.

El motivo que me llevó a leer sobre él fue tan banal como lo es preparar un examen para los estudiantes que me aguantan en periodo escolar. Pero que valió como premonición porque Almuerzo Campestre figuraba en una de las opciones de sus exámenes de Selectividad. Casualidades de la vida...

Disfrutad del Arte cuando tengáis ocasión.

Publicado por Carlos Masó   


0 comentarios: