La música martillea mis neuronas. No hay parte de mi cuerpo que no retumbe. A veces necesito sentir como mi cabeza está a punto de explotar para volver a reaccionar y sentir que sigo aquí en la Tierra. Que el día continua y la vida sigue aunque hace tiempo que esto dejó de tener sentido para mí.
El pasillo se alarga hasta una puerta que solo se distingue en la penumbra por el barniz reluciente de su marco. A los lados, grupos de personas se agolpan junto a las paredes y entre los huecos que las puertas que se disponen cada pocos metros forman a modo de recodo. Me parecen masas informes, sin rostros reconocibles. Avanzo sin remedio hacia la puerta del fondo hasta que una figura acurrucada en el suelo, con el rostro cubierto por un pelo negro, largo y rizado me hace parar. Me acerco con la esperanza de que seas tú, pero al contacto de mis dedos con el pelo, que ha formado una barrera de hielo a tu alrededor, te desvaneces como agua que se evapora, dejando un rastro de desesperación en mi cara. Al momento la puerta se abre para dar paso a un precipicio lleno de luz cegadora por el que me escurro mientras las baldosas que piso se hunden a cada paso que doy…
Imagen: fede1845 |
…Sobresaltado, sudoroso y seco, salto de la cama una vez más. Como un perro cuando merodea alrededor de su amo, esa pesadilla me acompaña en las últimas semanas. Son las 5 de la mañana, muy pronto para beber, pero la botella de ginebra reluce sobre el aparador al atraer la tenue luz que entra de la calle. Sentado sobre el suelo, con la espalda apoyada en la pared, la brasa de mi cigarro me sirve de guía para ponerme otra copa más.
A las 7, la alarma del despertador atruena mis oídos. Un resto seco de alcohol se acumula en mis labios. La ducha caliente y el café recién hecho me devuelven la lucidez suficiente para aferrar mi cartera, las llaves del coche y salir de casa.
En la calle el aire es fresco. A lo lejos, el cielo empieza a teñirse de colores anaranjados desvelando un nuevo día, dándome un nuevo impulso para continuar mi rutina matinal sin pararme a pensar en los movimientos que hago. Al contacto con la llave, el motor del coche comienza su particular juego de engranajes y ruidos que son más que familiares. Tras un mínimo silencio, la música comienza a filtrarse por los altavoces dejando escapar el suave néctar de sus melodías “Capitán de las alturas la belleza y la inocencia se perdieron…” Como una inyección, los acordes de Annapurna se mezclan en mi sangre inmunizándome de cualquier mal recuerdo “…ser tú mismo vulnerable y aceptarte… aunque tú cambies de rumbo porque aquí imperan leyes que no entienden…”
Sobre el asfalto de la recta avenida que afronto todos los días, hoy mi coche parece levitar. Al final de aquel pasillo que se desvanecía bajo mis pies veo por fin algo dónde asirme y aguantar la caída. Comprendo que por mucho que pase tú seguirás allí, guardada en lo más profundo de mi alma, sólo para mí. Aunque pase tiempo y no consiga verte, un reflejo de ti quedará siempre en un cajón de mi corazón.
Sentado en el sillón de mi despacho del piso 25 de esta montaña de oficinas que se yergue sobre la ciudad, me asomo al ventanal que me separa del precipicio urbano que hay sobre mis pies. Un hálito de esperanza florece en mi interior. A veces hay que subir muy alto para entender que la vida tiene sus propias reglas.
Creo que entiendo a la perfeccion esta entrada... =|
ResponderEliminarLo que intento expresar es que por mucho que nos empeñemos, al día siguiente sale el sol y hay otra oportunidad...
ResponderEliminarHola amigo,
ResponderEliminarHe conocido tu blog a través del de una amiga y me gusta mucho.
Dicen que no te acostarás sin aprender algo nuevo a diario y efectivamente, asi es.
Si lo deseas puedes pasarte por felicidadenlavida
Un fuerte abrazo,
Francisco M.
Me gusta. Te deja una sonrisa.
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