Mostrando entradas con la etiqueta dolega. Mostrar todas las entradas

La ley de Herodes, de Jorge Ibargüengoitia


Hace muchos años, hablando con una buena amiga acerca del humor en la literatura y de cómo éste se consideraba un elemento de segundo orden a la hora de valorar la calidad de una obra, me puso entre las manos un pequeño libro de cuentos.

-Sé que te gusta el humor pero que te fascina la sátira y estoy segura de que lo vas a saborear -me dijo.

Fue un auténtico flechazo. Ese día descubrí a un escritor que componía una feroz crítica de la sociedad mexicana, su tierra natal, con una maestría sin igual.

Hay un dicho popular mexicano que dice:

“La ley de Herodes: o te chingas o te jodes” y ese es el punto de partida que utiliza el autor para componer los personajes.

El humor negro y la expresión narrativa que por momentos recuerda a Groucho Marx, retratan escenas de amores frustrados y relaciones con situaciones absurdas que dibujan sonrisas permanentes y arrancan carcajadas.

Ella salió de entre la multitud y me puso una mano en el antebrazo. "Jorge", me dijo. Ah, che la vita é bella!

Nos conocemos desde que nos orinábamos en la cama (cada uno por su lado, claro está), pero si nos habíamos visto una docena de veces era mucho. Le puse una mano en la garganta y la besé. Entonces descubrí que a tres metros de distancia, su mamá nos observaba. Me dirigí hacia la mamá, le puse una mano en la garganta y la besé también. Después de eso, nos fuimos los tres muy contentos a tomar café en Sanborns. En la mesa, puse mi mano sobre la suya y la apreté hasta que noté que se le torcían las piernas; su mamá me recordó que su hija era decente, casada y con hijos, que yo había tenido mi oportunidad trece años antes y que no la había aprovechado. 

Esta aclaración moderó mis impulsos primarios y no intenté nada más por el momento.

El protagonista suele ser engañado y traicionado por personajes, que representan a lo más típico de la sociedad.

No hay estamento que no sea blanco de la despiadada sátira de Ibargüengoitia. El poder político, la Iglesia, el poder económico, el imperialismo de su vecino del norte, todos y cada uno llevan su ración de caricatura y crítica social en este pequeño libro.

La firma de la escritura fue una ceremonia bastante confusa. Como las órdenes religiosas no tienen derecho a tener propiedades y sin embargo las tienen, cada orden nombra depositario a una persona de honorabilidad reconocida y catolicismo a prueba de bomba. La función del depositario consiste en hacer fraude a la Nación fingiéndose propietario de algo que es de la orden.

El Notario Malancón dio lectura a la turbia historia jurídica del terreno: la señora Dolores Cimarrón del Llano (es decir, los franciscanos) había vendido (es decir, permutado) al señor Pedro Gongoria Acebez (es decir, los jesuitas) el terreno del que ahora yo compraba una fracción.

El cuento que da nombre al libro es de las narraciones que más he disfrutado como lectora. Es sencillamente genial.

Les invito a que se deleiten con este maestro de la sátira social.

Es un libro para llegar a sentir regocijo de encontrar a alguien que sepa arrancarnos una carcajada mientras descubrimos a un autor que merece la pena conocer mucho más a fondo.

Publicado por Dolega Martín   

La comodidad de lo sólido, de Humberto Dib


Descubrir un escritor en este mundo de los blogs no es sencillo. Aquellos que tenemos uno, yo la primera, escribimos, contamos cosas; unos con más pretensiones que otros, es cierto, y todos al final ponemos en un folio virtual nuestros pensamientos, aventuras u opiniones; pero ser escritor, en mi opinión, es otra cosa. Es tener la capacidad de hacer cómplice de lo que escribimos a alguien a quién no conocemos de nada, y eso no es fácil. Si encima le sumamos que lo tenemos que encontrar entre los miles y miles de blogs que proliferan por la red de redes ya la cosa adquiere tintes épicos, pero ocurre.

Un buen día ando no recuerdo muy bien por dónde y me topo con un relato inquietante en un blog totalmente negro al que tengo que subirle la fuente al máximo para que mis dioptrías no sufran demasiado.

"Nada de lo que diga es cierto, querría aclararlo de antemano.

No es cierto que esté caminando por una carretera solitaria en las afueras de Somerset, y que -cada cien metros- una luz estire mi sombra hacia adelante sobre el asfalto para que luego otra luz la atrape y la arrastre hacia atrás. No es exacto que hayan transcurrido más de veinte minutos sin que pase ningún vehículo. Tampoco es verdad que -la última vez- las cosas no hayan salido como yo lo esperaba, ni que esté perdiendo la destreza. No es cierto que haya sido un Chrysler azul el que me levantó aquella madrugada, como tampoco es verdadero que el conductor se hubiera dado cuenta de lo que estaba sucediendo sólo cuando me vio sacar el cuchillo. Por supuesto que no es correcto que -al día siguiente- la policía haya encontrado el cuerpo dentro del auto en el arcén de la carretera 76, a pocos kilómetros de Pittsburgh. Es mentira que arda de deseo de sesgar otra vida. No es cierto que un camión se acaba de detener y que -desde la cabina- una voz me pregunte si quiero que me acerque hasta el próximo pueblo, pero más falso es afirmar que yo acepto. Es un engaño decir que yo me haya arrellanado en el asiento del acompañante y que esté contándole al chófer las mismas mentiras que a todos los demás. No es verdad que yo no supiera que las intenciones de él eran idénticas a las mías. Es mentira que se haya anticipado a mis movimientos y que me haya atravesado el cuello con un destornillador, tan falso como que yo ahora sea un cadáver sanguinolento arrojado en la maleza.

Nada de esto es cierto, creer en la palabra de un muerto sería un total disparate."

Es un relato cortísimo pero siento que me ha atrapado y que no es igual a lo que suelo leer por este medio. En ese momento descubro que estoy leyendo a un escritor, no importa que esté en un blog, el tipo que escribe tiene entidad y calidad suficiente para hacerme cómplice de lo que dice. 

Me lo imagino haciendo historias con la realidad que ve pasar ante sus ojos, mientras construye personajes y sentimientos a base de escrutar miradas y movimiento de manos de transeúntes anónimos. 

Igual que hay veces que leo algo y seguidamente le pongo música o siento que necesito recitarlo, los relatos de Humberto Dib tiendo a querer vivirlos, a meterme en la historia que en muchos casos solo consta de algunos renglones, pero que encierran un mundo de emociones. 

Me convierto en una asidua a su blog y un buen día anuncia que viene a España desde Argentina a presentar su último libro y voy a la presentación porque me gusta lo que escribe, es así de sencillo. 

Llega con La Comodidad de lo sólido debajo del brazo, un libro de relatos de apenas 156 páginas, que se lee en un suspiro y se saborea por mucho tiempo.

Se empeña, como todo escritor, en explicar el sentido del título, el proceso creativo y de cómo y por qué ha dividido los relatos, sin darse cuenta de que su obra ya se ha convertido en tantas obras como lectores tenga y que por mucho que lo intente, sus historias ya solo le pertenecen a quién las lee y las interpreta. Él solo tiene su autoría, pero nada más. 

Estoy segura de que este es el prólogo de una exitosa carrera literaria. 

Está deseoso de “jugar en las grandes ligas” en referencia a las editoriales de primera fila. Pienso que lo conseguirá y que sus personajes harán que deseemos fervientemente vivir y sentir como ellos porque su autor, Humberto Dib, es un excelente espectador de las mil caras de la realidad. 

Pueden encontrarlo en Amazon, en la editorial o directamente a través de su autor.

Publicado por Dolega Martín   

El olor de la guayaba, de Plinio Apuleyo Mendoza y Gabriel García Márquez


García Márquez es un escritor que gusta mucho o no gusta nada, que te muestra una realidad subyugante o te cuenta una historia que ni te va ni te viene y que ni entiendes ni te interesa.

Siempre lo vi más como periodista y cronista de su tiempo y de su realidad, que como inventor de historias increíbles y surrealistas.

Gabo, en mi opinión, lo único que hace es describir el Caribe mezclando nombres, situaciones y lugares y este libro nos ayuda a entender cómo ocurre.

El olor de la guayaba, a primera vista, es simplemente la conversación de dos amigos que se conocen desde siempre, que han compartido gran parte de la vida y por lo tanto no tienen nada nuevo que decirse y a la vez necesitan profundizar en lo que ya saben el uno del otro.

Como es lógico Plinio Apuleyo, periodista y escritor colombiano, se pone al servicio de su amigo, Gabriel García Márquez para hacer esta especie de “diccionario” de su obra.

Plinio pregunta, objeta, opina y estimula al de Aracataca para que enseñe a sus lectores de donde surgen las claves de sus libros, cómo nacen sus personajes confeccionados con retazos de personas conocidas que a pesar de mezclar sabiamente, la madre de Gabo siempre logra reconocer.

Por su parte, el autor de Cien años de soledad, se deja llevar por su amigo y desgrana su pensamiento al ritmo de la brisa del Caribe y a través de sus palabras puedes oler los lirios, escuchar las guacamayas y sentir en tu cara los últimos rayos de un sol relajado y omnipresente haciendo posible que entendamos todas y cada una de las claves de sus obras, pero el libro es mucho más; es el conocimiento de la personalidad del escritor, de sus temores, su esperanzas, sus opiniones morales y políticas.

Si no han leído nada de García Márquez, les recomiendo este libro para adentrarse en la semblanza de un escritor al que le cuesta creerse que lo que narra pueda fascinar a millones de personas. Su proceso creativo es difícil y pienso que es, porque su alma de cronista puede más que su alma de inventor de historias. Intenta que ambos tengan su parte de protagonismo.

Si han leído algo de él, este libro será la bitácora con la que podrán entender por qué el mundo de García Márquez es como es; por qué sus personajes piensan y actúan como lo hacen y por qué aparecen y desaparecen en su obra a su antojo y sin pedir permiso.

Por último, El olor de la guayaba es un vivero de frases y pensamientos del autor que nos muestra que al fin y al cabo solo es hijo de su tiempo y sobre todo de su pueblo, por qué no a todo el mundo lo lleva su padre a conocer el hielo…
 
Publicado por Dolega Martín   

El capote, de Nikolái Gógol


Nikolái Gógol es el padre de la novela moderna rusa y el artífice de este delicioso relato dónde la ironía y la tragedia se dan la mano, como en toda la obra del autor.

Mientras se lee, vemos que a pesar de estar escrito a finales del siglo XIX, describe personajes y situaciones que bien podrían ser de hoy mismo. En el fondo, la sociedad cambia mucho más despacio de lo que nos creemos.

Akakiy Akakievich es un oscuro funcionario que debe su nombre a la resignación de su madre, al ver las alternativas del calendario. Tiene un trabajo totalmente anodino y rutinario que ha ido conformando su vida y su cerebro de forma que, literalmente, solo vive para él. Es objeto de burla y befa por parte de sus compañeros, pero lo considera parte de su existencia.

El inminente invierno sobre San Petersburgo hará que nuestro protagonista necesite un nuevo abrigo y éste se convertirá en todo un símbolo.

Gógol nos muestra con magistrales pinceladas cargadas de ironía que las expresiones tales como “no sabe con quién está usted hablando”, para reafirmar la posición de los superiores, no son algo nuevo. Igualmente nos describe el oscuro y enrevesado entramado burocrático que parece que los siglos no han logrado clarificar y simplificar, ya que se percibe como algo muy cercano a nosotros hoy en día.

La historia adquiere tintes de tragedia cuando, después de adquirir la prenda deseada, Akakiy la pierde en terribles circunstancias. Aquí el autor nos vuelve a mostrar, a finales del siglo XIX, la conveniencia de utilizar las influencias y la creencia popular de que lo mejor es ir a la cabeza para resolver los propios problemas, ya que la maquinaria del estado se ha revelado como algo realmente lento, cuando no directamente inútil para resolver el día a día de los ciudadanos. ¿De qué nos suenan a nosotros esos conceptos hoy en día?

Gógol logra, en muy pocas palabras, recrear unos personajes, una sociedad y unas circunstancias con una sencillez magistral.

El final de la historia, como no podía ser de otra forma, contiene una moraleja social muy propia de la época, eso sí, vestida de farsa como le gustaba tanto a su autor.

Es un breve relato que se lee en un suspiro y en ese espacio de tiempo, el lector mantiene una sonrisa acompañada de un permanente sentimiento de misericordia hacia su protagonista. Sirva este relato como prólogo para aquellos que no conozcan a este magnífico autor y les anime a adentrarse en el mundo de Nikolái Gógol; un universo plagado de ironía y crítica social a partes iguales.

Publicado por Dolega Martín   

La Conjura de los necios, de John Kennedy Toole


Siempre he pensado que un libro se convierte en clásico, cuando hay mucha más gente que lo cita como si lo hubiera leído, de la que realmente lo ha hecho y la historia de Ignatius J. Reilly en uno de ellos.

La novela de Kennedy Toole toma una realidad, en este caso los años sesenta en Estados Unidos, con sus conflictos sociales y raciales, sus movimientos estudiantiles, sus sueños de obtención de bienes de consumo por una floreciente clase media y elabora una magistral caricatura totalmente surrealista dejando al descubierto, entre carcajada y carcajada, las miserias de todo un sistema.

Ignatius es el hijo único de una viuda de clase media que ha invertido todos sus ahorros en que el chico vaya a la universidad, pero el resultado no es el esperado ya que nuestro protagonista, una vez terminados sus estudios solo dedica su tiempo a escribir, encerrado en su cuarto, en cuadernos escolares lo que será su gran obra maestra, a engullir sin control comida basura, lo que hace que sea un constante bullir de gases y eructos y por supuesto a esquivar la posibilidad del mayor ultraje que le pueda ocurrir: TRABAJAR.

Debido a unos acontecimientos totalmente absurdos y desternillantes, su madre acaba contrayendo una deuda que hará que nuestro personaje tenga que encontrar un empleo y lo encuentra en una fábrica de pantalones totalmente atípica en la que destaca Trixie, una administrativa a la que la esposa del dueño le impide jubilarse, para que se pueda seguir sintiendo útil en la vida.

Esta primera experiencia laboral hace que Ignatius pueda demostrarle a Myrna, antigua compañera de universidad, militante de corrientes intelectuales y políticas de lo más peregrinas y único ser que se ha fijado en él como hombre, su capacidad para luchar por los derechos de los trabajadores, con nefastos resultados.

A partir de ese momento el autor nos sumerge en la bulliciosa New Orleans, en su barrio francés, en sus tugurios y ambientes criollos donde la mezcla de colores y razas forman un mundo aparte y dónde hay cabida para unas escenas y diálogos absolutamente magistrales entre Ignitius, ahora vendedor ambulante de salchichas y Dorian Green, un divertidísimo homosexual de Nebraska al que su familia lo mantiene alejado de casa a base de enviarle sustanciosas cantidades de dinero.

Hay momentos en que el lector siente que se encuentra en un descacharrante vodevil donde los personajes entran y salen de escena dando pie a situaciones rocambolescas, pero debajo de la sonrisa que produce la historia siempre está ese componente ácido y cruel que Reilly nos hace recordar con su imagen obesa, desagradable, sus eructos, con sus pensamientos y opiniones, en muchos casos zafios, que no son más que opiniones de su tiempo despojadas de lo políticamente correcto. En definitiva, una imagen descarnada de una realidad que todos vemos ordenada y cálida, pero que este genial escritor nos muestra con sus desconchones y humedades.

Recuerdo que lo leí cuando tenía 19 años y me hizo soltar carcajadas durante su lectura, pero también me enseñó cómo el humor del absurdo y las escenas surrealistas pueden contener una crítica feroz y despiadada del ambiente que retratan.

Disfrútenla teniendo en cuenta que también es amarga.
 
Publicado por Dolega Martín   

La librería, de Penélope Fitzgerald

Antes que nada, presentar mis disculpas por publicar mi entrada tan tarde.
Podría argumentar muchas excusas y razones, pero lo mejor, como siempre, es la verdad. Se me ha olvidado.
Estaba convencida que me tocaba mañana.
Una vez aclarado el punto, hablaré sobre la última novela que he leído en estos días de vorágine navideña.

Es una novela deliciosa por su narrativa, pero sobre todo por lo que muestra de manera acertada su creadora.

Me refiero a “La Librería” de Penélope Fitzgerald.

Si alguien que habita un pequeño pueblo del sur de Gran Bretaña, donde no hay ningún entretenimiento, decide hacer uso de su experiencia como trabajadora de una gran librería en Londres y abrir la única tienda de libros del lugar, en un emplazamiento con humedades varias y fantasma incluido, es natural que tenga problemas.

La autora retrata con ironía y humor británico el asfixiante ambiente de los pequeños pueblos de la campiña inglesa. Me consta como se las gastan los parroquianos de estos aparentes idílicos pueblecitos.

Florence Green, su protagonista, tendrá que enfrentarse a los poderes establecidos para sacar adelante su proyecto. Para ello se hace con los servicios de una ayudante muy especial, Christine una niña de diez años, que a pesar de su juventud, sabe perfectamente lo que tiene que hacer en el ambiente en el que se mueve.

La situación se torna aún más difícil, cuando Florence decide poner a la venta la última novela de Vladimir Nabokov “Lolita”.

La autora, describe con una deliciosa ironía no exenta de ácida crítica social, los diversos personajes que se encargan de pretender salvar la moralidad y las buenas costumbres del entorno y las argucias típicamente pueblerinas para el descrédito de la librería y su dueña.

Retrata con inmejorable precisión una sociedad intolerante y aburrida que dedica gran parte de su tiempo a argumentar el por qué las cosas no deben cambiar y a etiquetar de manera automática a todo aquel que osa actuar con libertad, sin considerar el qué dirán y todo ello con un sentido del humor simplemente delicioso.

La claustrofobia del ambiente que retrata es lo que genera la auténtica simpatía y adhesión por el personaje principal y su joven ayudante.

Una lectura refrescante en estos días de reuniones sociales y familiares, donde la tradición intenta, muchas veces, imponerse a la libertad de acción.

Recomendable absolutamente. “La librería” de Penélope Fitzgerald.

El Guardián entre el Centeno, de J.D. Salinger


"Me paso el día entero diciendo que estoy encantado de haberlas conocido a personas que me importan un comino. Pero supongo que si uno quiere seguir viviendo, tiene que decir tonterías de esas".      

Lo leí, allá por los años setenta, cuando tenía 19 años y esta hubiera sido mi crítica:

Comprendí desde la primera página al protagonista Holden Caulfield, un chico de 16 años. Su manera de hablar, de pensar y todas sus inquietudes me son cercanas.

Entendí a la perfección su indiferencia ante su expulsión de Pencey, ese colegio en Pensilvania, donde sus padres habían decidido que estudiara, después de ser expulsado de unos cuantos más. Tengo muchos ejemplos a mi alrededor.

La trama me atrapó desde el primer momento. Su manera de contar las cosas es cercana, la entiendo, habla mi mismo lenguaje. 

Tiene esa melancolía que produce la vida cuando andas en busca de no sé qué. Ese hacerte el duro ante las cosas que te dañan profundamente y que siempre quieres disfrazar. Sé que la muerte de su hermano ha sido mucho más desgarradora para él, de lo que quiere hacer ver.

Cuando parte hacia Nueva York, aprovechando los días que tiene de margen hasta que les llegue a sus padres la carta comunicando su nueva situación, empieza un viaje de libertad como lo hubiera sido para cualquiera de nosotros. 

Piensa y cuenta sin tapujos lo que todos vivimos en mayor ó menor medida, lejos de ese mundo edulcorado en que nos imaginan los mayores. Habla del sexo de las drogas de nuestras relaciones con los demás. De esas expectativas que por ahora son ninguna, porque sabes que lo que te gustaría es imposible. Siempre estamos pensando en cosas imposibles, para hablar de lo probable ya están ellos, los mayores.

Lo lees y hay momentos en que esperas que ocurra algo terrible. Que él se decida a hacer algo definitivo, porque nunca lo dice, pero sabes que lo piensa, que duda, que se contiene.

Mira al mundo con nuestros ojos y por eso es una joya de libro y por eso les digo que todo adolescente tiene que leerlo.

Lo he vuelto a leer hace dos semanas para hacer esta reseña y el libro me hace reflexionar acerca de lo poco que cambiamos a pesar del tiempo.

Contado en primera persona, el lenguaje adolescente ha cambiado bastante poco en su mensaje. Ahora es más duro en su forma, pero en su fondo continúa su búsqueda de ese no sé qué y te atrapa al descubrir que sigue estando vigente. 

La trama de niño bien, tratando de superar traumas familiares y adolescencia a un tiempo sigue siendo de absoluta actualidad en nuestros días.

El viaje a una Nueva York de suburbio donde pasea por los bajos fondos de una ciudad fría, experimenta, padece y disfruta en ocasiones como un adulto por el simple hecho de llevar dinero, hasta recalar en la seguridad de su casa de clase acomodada, donde una hermana pequeña con una madurez fuera de lo habitual, se convierte en su único refugio, te acerca sin remedio a los miedos e inquietudes que sigues viendo en los jóvenes de hoy en día. A sus temores y a sus angustias por querer vivir cosas, que ni ellos saben a ciencia cierta definir.

Cuando lo lees como adulto, lo ves mucho más gris y melancólico que hace cuarenta años. Lo que en su época escandalizó por tratar temas de los que apenas se hablaba, hoy no causaría ni el más mínimo sonrojo al más mojigato de los lectores, pero te sigue acercando de manera precisa a ese mundo adolescente tan complicado y difícil de entender cuando estas fuera de él.

Sigue siendo la joya de libro que hubiera recomendado cuando tenía 19 años, pero ahora de lectura obligada a los padres. Es una novela que relata con mucha naturalidad lo que siente una mente en formación.

Publicado por Dolega Martín